lunes, 28 de septiembre de 2009

De relojes y trajes

Corría el año de 1934 cuando un sobrino del entonces primer ministro republicano Alejandro Lerroux aceptó dos relojes de oro de dos sujetos llamados Strauss y Perle (de ahí la palabra ‘estraperlo’) para que, vía su padre y el ministro de interior (teóricos receptores del ‘agasajo’), mediara en que una especie de ruleta recibiera los permisos pertinentes para instalarse en los casinos de España. No se sabe bien a quien sobornaron, pero lo cierto es que la dichosa maquinita se instaló en el casino de San Sebastián y en un hotel de Mallorca, de donde fueron retiradas a los pocos días por la policía al comprobarse su comportamiento fraudulento. Los dos timadores escribieron al tío Alejandro contándole el caso y exigiendo una indemnización. Éste no hizo el menor caso. Entonces fueron con el cuento al Presidente de la República. Éste filtró el caso a la prensa y se inició el “escándalo”. La opinión pública fue durísima. De resultas, Lerroux y su gobierno dimitieron, se convocaron elecciones anticipadas y el partido de Lerroux (partido radical) pasó de 100 a 5 diputados. Nunca se supo si Alejandro Lerroux recibió el reloj que le tocaba ni si estaba al corriente de los tejemanejes de su sobrino. Nunca hubo caso judicial ni intervención de Tribunales. Bastó el hecho en sí mismo –el soborno en el entorno del presidente- para contribuir decisivamente en su caída.

Corre el año de 2009, políticos del PP actuales aceptan trajes a medida de una empresa que, a su vez, organiza sus actos de partido y, al mismo tiempo, es contratada por la administración que ellos dirigen. Nadie dimite. Es necesaria la intervención de tribunales porque se aferran al cargo. La opinión pública en el mejor de los casos está dividida o “pasa” del tema. Es más, parece que el caso hincha el granero de votos populares.

¿Qué ha cambiado? La ética y la moral pública y de “lo público”. La política ya no es sólo emoción y devoción, es un “modus vivendi” y además muy bueno en altos cargos -preventivamente habría que desconfiar de los políticos que sólo han trabajado en la política-. La resistencia se impone para no abandonar el puesto. Además la opinión pública es débil con los políticos corruptos. Se ha extendido la idea de que “todos son iguales” sólo quieren “hacerse ricos” (volvemos al modus vivendi). Luego, no hacen más que lo se espera de ellos. También la época. En 1934 la moral republicana de honestidad y servicio público se imponía, hoy la moral post-capitalista busca el triunfo económico personal desvinculado de cualquier postura ética. Además se ha “radicalizado” la pertenencia gregaria al grupo, sobre todo en la derecha. Piensa así el seguidor político que “es verdad que algunos de sus dirigentes son corruptos, pero son nuestros corruptos y no podemos abandonarlos”. El sentido crítico hacia dentro ha desaparecido. Todo es justificable para seguir gobernando y ganando elecciones.

¿Existe solución? Difícil, porque primero habría que considerar que la situación descrita es un problema y para muchos no lo es. Las previsiones hablan de una mayor desafección del gran público por la clase política, de un debilitamiento de los principios éticos y morales de una sociedad cada vez más desarmada.